Buscando al Dios de Darwin
Finding Darwin's God
Para los creacionistas no es posible aceptar la evolución y al mismo
tiempo creer en un mundo creado. Sin embargo, esta forma de pensar no es solo
errónea - opina un profesor de biología que además es
cristiano - sino que elimina la posibilidad de creer en seres humanos creados
con libertad para elegir entre el bien y el mal. De hecho las teorías
de Darwin, dice, pueden ayudarnos a tener una fe más profunda en un
Creador.
By
Kenneth R. Miller '70
(An excerpt from the concluding chapter of Finding
Darwin's God)
El gran vestíbulo del centro
de convenciones Hynes, en Boston, no se parece en absoluto a una iglesia.
Aún así, yo me senté allí, sonriente entre una
audiencia de científicos, moviendo mi cabeza y riéndome de mí
mismo al recordar otra charla impartida hace mucho tiempo en una iglesia y
dirigida a una audiencia de niños.
Sin
aviso previo, acababa de experimentar uno de esos momentos del presente en
los que conectamos con nuestros recuerdos perdidos del pasado. Los psicólogos
nos dicen que estas cosas pasan todo el tiempo. Cinco mil dias de infancia
quedan almacenados, no en orden cronológico sino más bien en
pequeños fragmentos unidos por medio de palabras, sonidos, o incluso
olores que nos hacen recordarlos sin razón aparente cuando algo 'refresca'
nuestra memoria. Y de la misma forma unas pocas palabras, pronunciadas en
la conferencia sobre biología del desarrollo, me habían trasladado
al dia antes de mi primera comunión. En esa época yo tenía
ocho años y estaba sentado junto a los chicos en el lado derecho de
nuestra pequeña iglesia (las chicas se sentaban en el izquierdo), y
nuestro pastor estaba hablando.
Dando
los últimos retoques a un año de preparación para el
sacramento, el Padre Murphy intentó impresionarnos haciendo referencia
a la realidad del poder de Dios en el mundo. Apuntó al altar, cuya
superficie de marmol brillaba con el sol, y nos aseguró fírmemente
que Dios mismo lo había moldeado. 'Sí, hombre', susurró
el chico que yo tenía al lado. Sin embargo, preocupado de que pudiera
haber un hijo o hija de cortador de marmol entre la audiencia, el Padre Murphy
echó marcha atrás. 'Bueno, el no construyó el altar ni
lo trajo aquí ni puso el cemento
pero Dios mismo creó
el marmol hace mucho tiempo, y lo dejó para que alguien lo encontrara
y lo transformara en parte de nuestra iglesia'.
No
estoy seguro de si nuestro pastor percibió que esa descripción
de Dios como artesano estaba provocando cierto escepticismo, pero no importa.
Tenía otro truco bajo la manga, un argumento que nunca le había
fallado y que no podía fallar. Se acercó al altar y cogió
una flor del florero.
'Mirad
la belleza de esta flor', comenzó. 'La Biblia nos dice que ni siquiera
Salomón con toda su gloria fué vestido como una de ellas. Y,
¿sabeis qué? No existe nadie en este mundo que nos pueda decir
qué es lo que provoca que una flor nazca. Todos esos científicos
en sus laboratorios, todos esos que pueden dividir átomos y construir
aviones y televisores
bien, ni uno solo puede decirnos cómo de
las plantas pueden nacer flores'. Pero, ¿por qué deberían
poder hacerlo? 'Las flores, como nosotros mismos, son la creación de
Dios'.
Yo quedé impresionado. Nadie discutió ni intentó pasarse de listo. Todos salimos de la iglesia como buenos chicos y chicas, listos para nuestra primera comunión al dia siguiente. Y yo no volví a pensar en ello hasta esta conferencia sobre biología de desarrollo. Allí, entre medias de dos conferenciantes encargados de hablar de temas más de moda como el desarrollo animal, se encontraba Elliot M. Meyerowitz, científico de plantas de Caltech. Algunos de mis compañeros, nada interesados en el tema de las plantas, se levantaron para estirar las piernas antes de la charla final, pero yo me quedé en mi sitio con una sonrisa de oreja a oreja en mi cara. Tomé notas con muchas ganas; dibujé los diagramas que nos enseñó en la pantalla y escribí mis propias anotaciones en los márgenes. Meyerowitz, como podéis imaginar, nos había explicado cómo nacían las flores de las plantas.
Las cuatro partes fundamentales de una flor - sépalos, pétalos, estambres, y pistilos - son todas hojas modificadas. Esta es una de las razones por las que las plantas pueden producir células reproductivas en cualquier parte, mientras que los animales están limitados a ciertos órganos reproductivos muy específicos. Tu dedo meñique no va a comenzar a generar células reproductivas de un momento a otro. Pero cuando llega la primavera, el extremo de cualquier rama de un manzano puede florecer y comenzar a desprender polen. Las plantas pueden producir nuevas flores en las mismas zonas donde pueden crecer nuevas hojas. Sin embargo, las plantas deben poseer una forma de 'decir' a un grupo de hojas corriente que deben transformarse en flores. Esto es precisamente lo que la investigación de Meyerowitz intentaba explicar.
Después
de varios años de paciente estudio genético había conseguido
aislar un grupo de mutantes que podían dar lugar solamente a dos o
tres de esas cuatro partes de la flor. Combinando los distintos mutantes,
su equipo había conseguido identificar cuatro genes que tenían
que ser activados o desactivados siguiendo distintos patrones para producir
una flor normal. Cada uno de estos genes manda señales que dice a un
nuevo extremo si debe desarrollarse formando un sépalo o un pétalo
en lugar de una hoja ordinaria. Los detalles son extraordinarios, y las interacciones
entre los genes fascinantes. Para mí, sentado entre la audiencia treinta
y siete años después de mi primera comunión, aquellos
detalles científicos eran la guinda de mi pastel. Y su mensaje era,
'Padre Murphy, estabas equivocado'. Las flores no las produce Dios. Las producen
los genes de inducción floral. .
Our
pastor's error, common and widely repeated, was to seek God in what science has
not yet explained. His assumption was that God is best found in territory
unknown, in the corners of darkness that have not yet seen the light of
understanding. These, as it turns out, are exactly the wrong places to look.
Buscando
entre las sombras
Al apuntar al proceso de la creación
de una flor como evidencia de la realidad de Dios, el Padre Murphy estaba
abrazando la idea de que Dios tiene la necesidad de paralizar la naturaleza.
Según él, para que el nacimiento de un narciso tenga lugar no
vale un universo material auto-suficiente sino que hace falta la intervención
directa de Dios. Por tanto, podemos encontrar a Dios en aquellas cosas que
nos rodean y que no tienen explicación material y científica.
En lo elusivo e inexplorado de la naturaleza encontraremos la acción
de nuestro Creador.
Los creacionistas que se oponen
a la evolución utilizan argumentos similares. Para ellos, la existencia
de vida, la aparición de nuevas especies, y, sobre todo, los orígenes
de la humanidad aún no han sido y no pueden ser explicados por medio
de la evolución o cualquier otro proceso natural. Al negar la auto-suficiencia
de la naturaleza, buscan a Dios (o, al menos, un 'diseñador') en aquellas
partes de la ciencia que parecen deficientes. El problema es que la ciencia
suele ser capaz, dejando pasar el tiempo suficiente, de explicar incluso las
cosas más sorprendentes. Una estrategia recomendable para los creacionistas
sería procurar no decir a los científicos qué cosas nunca
van a poder explicar. La historia está en contra de ellos. Hablando
de forma general, la realidad es que entendemos cómo funciona la naturaleza.
Y
la evolución forma una parte fundamental de este entendimiento. Ella
consigue explicar justo aquellas cosas que sus críticos dicen que no
puede. Argumentos en contra de la antiguedad de la tierra, de la validez del
registro fósil, y de la suficiencia de los mecanismos evolutivos se
desvanecen cuando son analizados de cerca. El patrón debería
estar claro incluso para los más fervientes anti-evolucionistas - sus
'huecos' favoritos están siendo llenados: ya son bien entendidos los
mecanismos moleculares de la evolución, y el registro histórico
de la evolución se está volviendo cada vez más convincente.
Esto significa que la ciencia puede responder de una forma obvia a los que
desafían la evolución: mostrando el registro histórico,
analizando los datos, revelando los mecanismos, y poniendo énfasis
en la convergencia existente entre las teorías y los hechos.
Sin embargo, hay un problema más
profundo causado por los oponentes a la evolución, un problema para
la religión. Al igual que hacía nuestro sacerdote, ellos han
basado su búsqueda de Dios en la premisa de que la naturaleza no es
auto-suficiente. Por medio de esa lógica sólo Dios puede producir
una especie, de la misma forma que Padre Murphy creía que sólo
Dios podía producir una flor. Dado que ambas afirmaciones apoyan la
existencia de Dios sólo mientras siguen siendo verdad, cuando son probadas
falsas aparecen problemas religiosos serios.
Si aceptamos la falta de explicación
científica como prueba de la existencia de Dios, la propia lógica
nos dice que cualquier explicación científica satisfactoria
se convertiría en una argumento contra Dios. Esta es la razón
por la que el razonamiento creacionista, en último término,
es mucho más peligroso para la religión que para la ciencia.
El excelente trabajo de Elliot Meyerowitz sobre la inducción floral
se convierte de repente en una amenaza contra lo divino, incluso cuando el
sentido común nos dice que no debería ser así. Al decir,
como hacen los creacionistas, que la naturaleza no puede ser auto-suficiente
en la formación de nuevas especies, los creacionistas crean una unión
lógica entre los límites de los procesos naturales para producir
cambio biológico y la existencia de un diseñador (Dios). En
otras palabras, muestran a los que apoyan el ateísmo la manera en la
que pueden argumentar contra la existencia de Dios - una vez que pruebes que
la evolución funciona, entonces se puede derrumbar el templo. Este
es un ofrecimiento que los enemigos de la religión aceptan encantados.
Para
decirlo sin rodeos, los creacionistas han buscado a Dios en la oscuridad.
Aquello que aún no hemos encontrado o que no hemos comprendido se convierte
en su mejor - de hecho su única - evidencia para lo divino. Como cristiano,
encuentro esta linea de razonamiento particularmente deprimente. No sólo
nos enseña a tener miedo de adquirir conocimiento (ya que podría
en cualquier momento probar que nuestra fe está equivocada), sino que
sugiere que Dios habita únicamente en las sombras de nuestro entendimiento.
Yo quiero sugerir que, si Dios es real, debemos ser capaces de encontrarle
en otro sitio - en la luz brillante del conocimiento humano, espiritual y
científico.
Fe
y razón
Para cada una de las grandes
tradiciones occidentales monoteístas, Dios es verdad, amor y conocimiento.
Esto debería querer decir que todos y cada uno de nuestros pasos hacia
un mayor conocimiento del mundo natural son pasos hacia Dios y no, como mucha
gente supone, pasos que nos alejen de Dios. Si tanto la fe como la razón
son regalos de Dios, entonces deberían complementarse en lugar de enfrentarse
en su papel de ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea. Como científico
y como cristiano, eso es exáctamente lo que creo. El conocimiento verdadero
viene a través de la combinación de la fe y la razón.
Un no
creyente, por supuesto, pondrá su confianza en la ciencia y no encontrará
ningún valor en la fe. De hecho, yo estoy de acuerdo en que la ciencia
permite investigar el mundo natural tanto al creyente como al no creyente
a través de las lentes de la observación, el experimento y la
teoría. La habilidad de la ciencia para trascender las diferencias
culturales, políticas e incluso religiosas contribuye a su genialidad
y es parte de su valor como medio para el conocimiento. Lo que la ciencia
no puede hacer es otorgar significado o propósito al mundo que explora.
Esto lleva a algunos a la conclusión de que el mundo que la ciencia
nos ofrece carece de sentido y de propósito. Esa conclusión
es errónea. Al contrario, lo que esto nos muestra es que nuestra tendencia
humana a buscar significado y valor debe ir más allá de la ciencia
y, en último término, provenir desde fuera de ella. Por tanto,
el resultado es una ciencia que puede ser enriquecida y complementada por
sus contactos con los valores y principios de la fe. El Dios de Abrahám
no nos dice qué proteínas controlan el ciclo celular. Pero sí
que nos da una razón para preocuparnos, para valorar ese conocimiento
y, sobre todo, para preferir la luz del conocimiento antes que la oscuridad
de la ignorancia.
Como
más de un científico ha dicho, la cosa más admirable
del mundo es que tiene sentido. Las partes encajan, las moléculas interactuan,
¡todo ello funciona!. Para aquellos que tienen fe, lo que la evolución
dice es que la naturaleza está completa. Su Dios moldeó un mundo
material en el que seres verdaderamente libres e independientes pueden desarrollarse.
Dios acertó a la primera.
Para
algunos, la cruel realidad de la naturaleza humana prueba que Dios está
ausente o muerto. El mismo razonamiento podría ser usado para justificar
la creencia de que Dios no aparece en ninguna de las impredecibles ramas del
arbol evolutivo. Pero la verdad es más profunda. En ambos casos, un
dios que decidiera establecer un mundo verdaderamente independiente de sus
caprichos, un mundo en el cual criaturas inteligentes pudieran tomar auténticas
decisiones entre el bien y el mal, tendría que ser capaz de diseñar
una realidad material distinta de sí mismo, y dejarla correr. Ni una
naturaleza auto-suficiente, ni la realidad de la maldad en el mundo indican
que Dios no existe. Es más, para una persona religiosa ambas apuntan
a una verdad muy distinta - la fuerza del amor de Dios y la realidad de nuestra
libertad como creación suya.
Nos gusta considerarnos
como la mejor especie y la más brillante. Nosotros somos las criaturas
especiales, primarias e intencionadas de la creación. Estamos sentados
en la cima del arbol evolutivo como los productos finales de la naturaleza,
auto-proclamados y conscientes de ello. Nos gusta pensar que el propósito
de la evolución fué producirnos a nosotros.
ISin
embargo, desde un punto de vista puramente biológico, esta visión
reconfortante de nuestra posición en la naturaleza es falsa, un producto
distorsionado y exagerado por las propias imperfecciones de los espejos que
usamos para mirar la vida. Sí, es verdad que objetivamente estamos
entre los animales más complejos, pero no en todos los sentidos. Entre
todos los sistemas de nuestro cuerpo, sólo somos los claros ganadores
en complejidad fisiológica en uno de ellos - el sistema nervioso -
e incluso ahí un no-primate (el delfín) puede llegar a rivalizar
con nosotros.
Yendo
al grano, cualquier estudio fiable del proceso evolutivo muestra que la idea
de la existencia de una especie que ha evolucionado por encima de las demás
es incorrecta. Todos los organismos, incluso todas las células que
viven hoy, son descendientes de una larga linea de ganadores, de antepasados
que utilizaron estrategias evolutivas satisfactorias una y otra vez, y que
por tanto han vivido para contarlo - o, al menos, para reproducirse. La bacteria
que está posada en el borde de mi taza de café ha llegado hasta
ahí a través de tanta evolución como yo. Yo tengo la
ventaja del tamaño y de la consciencia, que es importante cuando escribo
acerca de la evolución, pero la bacteria tiene la ventaja del número,
la flexibilidad, y, sobre todo, la velocidad de reproducción. Esa pequeña
bacteria, dadas las condiciones adecuadas, podría literalmente llenar
el mundo con sus descendientes en unos pocos dias. Ningún ser humano,
ningún vertebrado, ni ningún animal podría jactarse remotamente
de algo tan impresionante.
Lo
que la evolución nos dice es que la vida se expande a través
de ramificaciones y caminos sin fin partiendo de cualquier punto inicial.
Uno de esos puntos iniciales ha llevado, con el paso de los años, hasta
nosotros. Aunque nosotros nos maravillamos y nos preguntamos cómo es
posible que ocurra algo así, si somos justos y miramos al árbol
de la vida veremos que nuestra ramita se hace muy pequeña en comparación
con el gran número de otros muchos miles de ramas que se han expandido
en todas las direcciones. Nuestra especie, Homo sapiens, no ha 'triunfado'
en la lucha evolutiva más que, por ejemplo, una ardilla, un diente
de león, o un mosquito. Todos estamos aquí ahora, y eso es lo
que importa. Todos hemos seguido distintos caminos para llegar al presente.
Todos somos vencedores en el juego de la selección natural - los ganadores
actuales, deberíamos recalcar.
Este,
para muchos, es exactamente el problema. Entre todos esos miles de ramas y
caminos, ¿cómo podemos estar seguros de que alguno de ellos
llevaría de forma histórica e inevitable hasta nosotros? Considerad
esto: los mamíferos ocupamos hoy día, en la mayoría de
los ecosistemas, el papel de grandes y dominantes animales terrestres. Sin
embargo, por mucho tiempo los mamíferos estuvieron limitados a hábitats
donde sólo criaturas muy pequeñas podían sobrevivir.
¿Por qué? Porque existía otro grupo de vertebrados que
dominaba la tierra - hasta que, como Stephen Jay Gould ha mostrado, el impacto
cataclísmico de un cometa o un asteroide provocó la extinción
de esos gigantes. 'De una forma muy literal,' escribe Gould, 'debemos nuestra
existencia como animales grandes y pensadores a las estrellas de la suerte'.
Así
que, ¿qué habría pasado si el cometa hubiera fallado?
¿Qué habría pasado si nuestros antepasados, y no los
dinosaurios, hubieran sido los extinguidos? ¿Qué habría
sido de nosotros si durante el período Devoniano la pequeña
tribu de peces llamados 'rhipidistians' hubiera sido eliminada? Entonces se
habría evaporado cualquier posibilidad de vida para los tetrápodos.
Puede que los animales vertebrados nunca hubieran luchado para conseguir llegar
hasta la tierra, dejándola, en palabras de Gould, para siempre 'bajo
el dominio absoluto de insectos y flores'.
Esto parece indicar que la aparición
del ser humano en este planeta no fue pre-ordenada, que no estamos aquí
como el producto inevitable de una procesión de éxitos evolutivos,
sino más bien como algo que no estaba planeado, un detalle mínimo,
algo que ocurrió pero que podía no haber ocurrido de igual manera.
La conclusión que tanto creyentes como no creyentes sacan de este razonamiento
es normalmente aceptada por todos los bandos - que ningún Dios podría
haber usado un proceso así para moldear sus queridas criaturas. ¿Cómo
podría haber estado seguro que, dejando el trabajo en manos de la evolución,
todo habría funcionado de la forma 'correcta'? Si de verdad era la
voluntad de Dios el producirnos, entonces al mostrar que somos el producto
de la evolución Dios habría quedado en una posición ambigua.
He ahí el peligro o el valor de la evolución.
Pero,
¡no tan rápido! La explicación biológica acerca
del conjunto de sucesos afortunados que han tenido que ocurrir en la historia
para que nosotros apareciésemos en este planeta es, sin duda, muy precisa.
Pero no se puede sacar la conclusión de que, por el simple hecho de
percibir que cualquiera de las partes del proceso podía no haber ocurrido,
eso significa que es incompatible con la voluntad de Dios. Sacar esta conclusión
subestima seriamente a Dios, incluso si al hablar de Dios nos referimos a
aquél en el que creen las religiones más convencionales de Occidente.
Es
cierto que la diversificación explosiva de la vida en este planeta
fue un proceso impredecible. Tan impredecible como la aparición de
la civilización Occidental, el colapso del imperio Romano, y los números
ganadores de la lotería de anoche. Normalmente no creemos que el hecho
de que existan eventos indeterminados en la historia humana no puede coexistir
con la existencia de un Creador; ¿por qué entonces deberíamos
considerar eventos similares de la historia natural de forma distinta? Yo
creo que no hay razón alguna para hacer eso. Si podemos entender los
eventos indeterminados que han ocurrido en nuestras familias y que nos han
moldeado en las personas que somos hoy como consistentes con la existencia
de un Creador, entonces también podemos hacer lo mismo con la cadena
de circunstancias que han producido nuestra especie.
La
otra alternativa es un mundo donde todos los eventos tienen conclusiones predecibles,
donde el futuro no está abierto a cualquier posibilidad ni a cualquier
acción humana independiente. Un mundo en el que la evolución
de nuestra especie hubiera estado predeterminada unicamente por medio de leyes
naturales fijas habría sido a la vez un mundo en el que no habríamos
podido ser libres. Para un creyente, la particular historia que ha dado lugar
a nuestro ser muestra que somos realmente sorprendentes, que el regalo de
la consciencia es ciertamente muy extraño, y que la oportunidad que
tenemos para entender todo esto es preciosa.
Certeza
y fe
Uno se inclinaría
a pensar que las ideas científicas, incluyendo la evolución,
deberían poder mantenerse en pie o caer con solo mirar las evidencias,
a favor o en contra. Si eso fuera verdad, la evolución habría
pasado ya en la mente pública de ser controvertida a ser sentido común
hace mucho tiempo, que es exactamente lo que ha sucedido en la comunidad científica.
Pero este, desafortunadamente, no es el caso - la evolución continúa
siendo, en la mente de muchos americanos, una idea peligrosa, y para muchos
de los que enseñan biología una fuente de constante lucha.
Yo creo
que gran parte del problema se encuentra, dentro de la propia comunidad científica,
en aquellos que utilizan de forma rutinaria los hallazgos de la biología
evolutiva para sacar conclusiones acerca de sus propias ideas filosóficas.
A veces dichas afirmaciones toman la forma de serias y solemnes frases acerca
del sin-sentido de la vida. En otras ocasiones se nos intenta enseñar
que nuestra afortunada presencia en este planeta invalida cualquier sentido
de propósito que podamos tener. Y a menudo se nos dice que la cruda
realidad de la naturaleza elimina la autoridad de cualquier sistema de moralidad
humano.
Como
criaturas moldeadas por la evolución estamos, como el biólogo
E. O. Wilson ha dicho, llenos de comportamientos instintivos que son importantes
para la supervivencia de nuestros genes. Algunos de estos comportamientos,
aunque favorecidos por la selección natural, nos pueden meter en problemas.
Nuestros deseos de comida, agua, reproducción, y estatus, nuestros
instintos de lucha, nuestras tendencias a reunirnos formando grupos sociales,
todos pueden ser interpretados como medios que ayudan a asegurar nuestro éxito
evolutivo. La sociobiología, que estudia las bases biológicas
de los comportamientos sociales, nos cuenta que en ciertas circunstancias
la selección natural favorecerá los instintos de cooperación
y cuidado - genes 'buenos' que nos ayudan a aceptarnos unos a otros. Sin embargo,
en otras circunstancias predominarán comportamientos más agresivos
y egoistas que pueden ir desde la competitividad sana hasta el homicidio.
¿Podrían estas crueldades Darwinianas ser parte del plan del
Dios de amor?
Pues
sí, podrían. Para sobrevivir en este planeta, los genes de nuestros
antepasados, como los de cualquier otro organismo, tuvieron que desarrollar
ciertos comportamientos orientados a proteger, cuidar, defender y asegurar
los éxitos reproductivos de los individuos que los portaban. No debería
sorprendernos el hecho de ser portadores de tales pasiones, y la biología
Darwiniana no puede ser culpada por darnos una explicación de su presencia.
De hecho, la Biblia misma nos provee de una amplia documentación que
muestra tales tendencias, incluídos el orgullo, el egoísmo,
la lujuria, la ira, la agresividad y el homicidio.
Darwin
apenas puede ser criticado por mostrar los orígenes biológicos
de dichas tendencias. La evolución es malinterpretada demasiado a menudo
por mostrar las fuentes de nuestros 'pecados originales' y fijar las razones
por las que nuestra especie posee dichas tendencias, y es utilizada para justificar
los peores aspectos de la naturaleza humana. En el mejor de los casos, esta
actitud muestra una lectura errónea de las lecciones científicas
derivadas de la sociobiología. En el peor, supone un intento muy equivocado,
en nombre de la biología, para eliminar cualquier sistema significativo
de moralidad. Puede que la evolución explique la existencia de nuestros
deseos y tendencias más básicos, pero eso no implica que sea
adecuado seguirlos. La evolución me ha provisto de ganas de comer cuando
mis recursos nutritivos se están agotando, pero la evolución
no justifica que yo te propine un garrotazo en la cabeza para quedarme con
tu almuerzo. La evolución explica nuestra biología, pero no
nos dice que es lo que está bien, o es correcto o moral. Por muy informados
que estemos acerca de nuestra biología, para obtener esas respuestas
debemos buscar en otro sitio.
¿Qué
tipo de mundo?
Nos guste o no, los valores que
aplicamos a nuestra vida diaria han sido afectados por el trabajo de Charles
Darwin. Sin embargo, la gente religiosa tiene una pregunta especial para el
retraído naturalista de Down House. ¿Se podría decir
que su trabajo sirvió para contribuir a la gloria de Dios, o para poner
el destino y la naturaleza humana en manos de una clase de profesionales científicos
profundamente hostiles a la religión? El trabajo de Darwin, ¿fortalece
o debilita la idea de Dios?
La sabiduría
convencional afirma que, independientemente de lo que creamos acerca de su
ciencia, la existencia del señor Darwin no ha ayudado mucho a la religión.
La idea general es que la religión ha sido debilitada por el Darwinismo
y ha sido forzada a modificar su idea y sus doctrinas acerca del Creador para
acondicionarlas a las demandas de la evolución. Como Stephen Jay Gould
explica triunfantemente, '¡Ahora las conclusiones de la ciencia deben
ser aceptadas a priori, y las interpretaciones religiosas deben ser ajustadas
para encajar con los impecables y magistrales resultados del conocimiento
natural!'. Es decir, la ciencia toca la melodía, y la religión
danza al son de la música.
Este
triste espectro de un Dios marginal y debilitado fomenta la continua oposición
contra la evolución. Es por esta razón que el Dios de los creacionistas
requiere que se pruebe, sobre todo, que la evolución no funcionó
en el pasado y tampoco está funcionando hoy. Para liberar a la religión
de la tiranía del Darwinismo, los creacionistas necesitan una ciencia
que demuestre que la naturaleza está incompleta; necesitan una historia
de la vida cuyos eventos sólo puedan ser explicados por medio de procesos
supernaturales. Dicho de forma clara, los creacionistas tienen la misión
de encontrar un permanente e intratable misterio dentro de la naturaleza.
Para mentes así, ni siquiera el ser más perfecto que podamos
imaginar habría sido lo suficientemente perfecto como para idear una
creación en la que la vida pudiera originarse y evolucionar por sí
misma. La naturaleza debe tener necesariamente imperfecciones, debe ser estática,
y para siempre inadecuada.
La ciencia,
sobre todo la ciencia evolutiva, nos da una imagen muy distinta. Nos revela
un universo dinámico, flexible, y lógicamente completo. Nos
presenta con la visión de una vida que se expande a través del
planeta con una variedad infinita y una belleza compleja. Nos sugiere un mundo
en el que nuestra existencia material no es una ilusión imposible surgida
gracias a la magia, sino más bien un artículo genuino, un mundo
en el que las cosas son exactamente lo que aparentan ser. Un mundo en el que
hemos sido formados, como el Creador nos dijo en cierta ocasión, del
polvo mismo de la tierra.
Se ha
dicho a menudo que un universo Darwiniano es aquél en el que la aleatoriedad
no puede ser reconciliada con el significado. Yo no estoy de acuerdo. Un mundo
verdaderamente sin significado sería aquel en el que un dios tirara
de los hilos de cada marioneta humana, es más, de cada una de sus partículas
materiales. En un mundo así, tanto los eventos físicos como
los biológicos estarían cuidadosamente controlados, la maldad
y el sufrimiento podrían ser minimizados, y el resultado de los procesos
históricos sería estrictamente regulado. Todas las cosas se
moverían hacia cada uno de los objetivos claramente establecidos del
Creador. Sin embargo, el precio que hay que pagar para tener tanto control
y capacidad de predicción es la pérdida de independencia. Por
el hecho de tener siempre el control, un Creador así eliminaría
la posibilidad de que sus criaturas realmente le conocieran y alabasen - ya
que el auténtico amor requiere libertad y no manipulación. Dicha
libertad está provista de la mejor forma en la abierta eventualidad
de la evolución.
Hace
ciento cincuenta años puede que fuera imposible no emparejar a Darwin
con un determinismo oscuro y sin sentido, pero hoy las cosas son distintas.
La visión de Darwin se ha expandido y ha conseguido englobar un nuevo
mundo de biología en el que los vínculos entre moléculas
y células y entre células y organismos se están aclarando.
La evolución prevalece, pero lo hace proveyéndonos de una riqueza
y sutilidad tales que el propio originador de la teoría podría
haber encontrado sorprendentes y no podía haber anticipado.
Por
ejemplo, gracias a la astronomía podemos saber que el universo tuvo
un comienzo. Gracias a la física sabemos tanto que el futuro está
abierto como que es impredecible. Por medio de la geología y la paleontología
conocemos que la vida misma ha consistido en un proceso de cambio y transformación.
Por último, gracias a la biología sabemos que nuestros tejidos
no son reservas impenetrables de magia vital sino una sensacional estructura
de complejas maravillas, explicables a través de la bioquímica
y la biología molecular. Este conocimiento nos permite ver, quizá
por primera vez, las razones que podría tener el Creador para permitir
que el proceso de la evolución nos moldeara.
ISi
él lo hubiera querido así, el Dios que la mayoría de
las religiones occidentales enseñan podría haber creado cualquier
cosa, incluídos nosotros, de la nada, con solo haberlo deseado. Quizá
en nuestra infancia como especie esa era la única forma en la que podíamos
imaginar el cumplimiento del deseo divino. Pero hemos crecido y algo maravilloso
ha sucedido: hemos comenzado a comprender las bases físicas de la vida
misma. Si hubiera sido necesaria una línea constante de pequeños
milagros en cada parte del ciclo celular o en cada parpadeo de un cilium,
la mano de Dios habría estado escrita directamente en cada ser viviente
- sería imposible no percibir su presencia en el borde mismo de la
caja de arena humana. Y aunque eso confirmaría nuestra fe, también
pondría en duda nuestra independencia. ¿Cómo podríamos
elegir entre Dios y el hombre si la presencia y el poder divinos fueran tan
obvios y controlaran de forma tan absoluta el mismo aire que respiramos? Nuestra
libertad como criaturas de Dios requiere un poco de espacio e integridad.
Y en el mundo material requiere auto-suficiencia y coherencia con las leyes
de la naturaleza.
La evolución
no es ni más ni menos que el resultado de haber respetado la realidad
y la coherencia del mundo físico a través del tiempo. Para moldear
seres materiales que posean una existencia física independiente, cualquier
Creador habría tenido que producir un universo material independiente
en el cual la evolución habría podido ser una posibilidad. Aquél
que cree en lo divino puede aceptar que el amor de Dios y el regalo de la
libertad son genuinos - tan genuinos que engloban la posibilidad de elegir
el mal y, si así lo deseamos, enviarnos a nosotros mismos al infierno.
No todos los creyentes aceptarán las crudas condiciones de esta oferta,
pero nuestra libertad para actuar necesita una base física y biológica.
La evolución y sus ciencias hermanas, la genética y la biología
molecular, proveen dicha base. En términos biológicos, la evolución
es la única forma en la que un Creador podría haber moldeado
criaturas como nosotros - seres libres en un mundo lleno de auténticas
posibilidades morales y espirituales con verdadero significado.
Aquellos
que le piden a la ciencia un argumento final, una prueba decisiva, una posición
irrefutable desde la cual podamos decidir el asunto de Dios, siempre quedarán
insatisfechos. Como científico, no puedo proclamar nuevas pruebas,
ni datos revolucionarios, ni siquiera una mayor profundidad de entendimiento
tal que me permita inclinar la balanza en una dirección y otra respecto
al tema. Pero sí que puedo proclamar que para un creyente, incluso
hablando en el sentido más tradicional de la palabra, la biología
evolutiva no supone en absoluto el obstáculo que muchas veces imaginamos.
De hecho, en muchos aspectos la evolución es la clave que nos permite
entender nuestra relación con Dios.
Cuando
tengo el privilegio de dar una serie de conferencias sobre la biología
evolutiva a mis estudiantes de primer año, normalmente concluyo mencionando
el impacto que la teoría evolutiva ha tenido en muchos otros campos,
desde la economía hasta la política pasando por la religión.
Intento encontrar una manera de dejar claro que para mí la evolución,
entendida correctamente, no está en contra ni de la religión
ni de la espiritualidad. La mayoría de mis estudiantes parecen apreciar
estos comentarios. Sin duda muchos piensan que lo que estoy intentando es
ser un tipo justo, seguramente agnóstico, que quiere dejar un mensaje
contundente acerca de la evolución sin ofender al capellán de
la universidad.
Siempre
hay algunos que me buscan después de la charla e intentan que deje
las cosas claras. Entonces me preguntan: '¿Cree usted en Dios?'. Y
yo respondo: 'Sí'.
Y, confusos, vuelven a preguntar: '¿Qué tipo de Dios?'.
A lo largo de los años he intentado encontrar una respuesta sencilla
pero precisa a esa pregunta. Y, al final, la he encontrado. Creo en el Dios
de Darwin.
Kenneth Miller is a professor of biology at Brown University, Providence, RI, USA.
This
article is adapted from Finding Darwin's God: A Scientist's
Search for Common Ground Between God and Evolution, first published in September
1999 by Harper Collins. A New edition was published in April 2007.